Tuesday, October 12, 2010

El Cuaderno

“Llevo cinco días esperando esta broma de tren,” dijo José Luís sarcásticamente, casi murmurando a sí mismo.


Él llevó abrigo a pesar de que todavía hacía calor en Barcelona durante el mes de septiembre. En su mano derecha se encontraba una carpeta negra, la cual manejaba como si no quedara nada de importancia adentro. José Luís miró a su alrededor inmediato para ver si alguien se reía de la misma broma.


Veía a un ejecutivo que llevaba maletín y que miraba su reloj cada diez segundos. José Luís pensó que no había razón por hacerlo tanto. A menos que fuera un reloj cubierto con oro.


Después, José Luís se fijó en un gamberro que quizas tenía veinte años. El joven se sentaba en el suelo sucio de la Estación de Sants, apoyándose con la misma columna en que dibujaba. Llevaba una camiseta declarando en inglés que ‘Punk is not dead!’ y auriculares negros. Salía la música tan fuerte que José Luís pensó por un momento que se había entrado a la discoteca.


Por suerte, se distraía a José Luís una madre que andaba en el andén arrastrando a su niña detrás de ella como una pesada bolsa de patatas.


“Pero no quiero ir a Madrid,” protestó la niña, luchando contra las lágrimas.


“¡Irás y lo disfrutarás!,” respondió la madre, intentando terminar la conversación.


“Pero... pero...” discutió la niña, escapando con su madre del alcance del oído de José Luís.


Mientras que se alejaron de los otros pasajeros pontenciales, pasaron una esquina cubierta por las sombras y la oscuridad olvidada. Al parsarla, a lo mejor no hacían caso del hombre sentado en el banco. José Luís le veía solamente debido al reflejo de la luz del cigarrillo que incendía cuando se le daba una calada. El humo rodeaba su cara poco iluminada.


Llevaba traje azul, zapatos italianos y un sombrero bombín. José Luís veía que él sí se reía. Pero se enfrascaba en el periódico. Y a lo mejor, se reía a causa del dibujo político que salió en esa edición. José Luís sonrió al pensarlo. Realmente era tan gracioso el dibujo.


Los pensamientos de José Luís regresaron al presente cuando escuchó el silbido del tren entrando a la estación. El tren paró con fuerza y la gente en el andén se apelotonó para subir. José Luís intentó evitar chocarse con la gente que se bajaba del tren, pero fue imposible eludir a todos.


Al sentarse en su asiento asignado, se sentía que había pasado los últimos momentos como torero en una corrida de toros. Se quedó sudoroso y agotado pero por lo menos respiraba con tranquilidad.


“Me cierro los ojos brevamente,” pensó José Luís al sentir el movimiento del tren. La oscuridad parecía interminable y su mente no tenía ningun problema para perderse en las tinieblas. “Nos embarcamos en una gran adventura.”